La vida de Danny Trejo es algo que ni Hollywood podría haber imaginado. De drogadicto y criminal juvenil a figura del cine y activista, el actor latino presenta ahora su documental biográfico “Inmate #1″, y asegura que sigue intentando remediar los errores de su tortuoso pasado.
“Es una de las razones por las que sigo trabajando para corregirlo: sí, tengo muchos remordimientos, cosas que no puedo revertir”, admitió. “Todo lo que puedo hacer es asegurarme de que la gente a la que hice daño, y sus hijos, estén bien, y asegurarme de que soy un buen ejemplo de lo que es hacer el bien”.
Con uno de los rostros más fieros del cine, pero que esconde a un tipo tremendamente entrañable, Trejo (Los Ángeles, EE.UU., 1944) estrena el martes en VOD “Inmate #1: The Rise of Danny Trejo”, un documental que explora cómo un latino que pasó por la cárcel siendo un chico acabó conquistando Hollywood en “Desperado”, “Heat” (ambas de 1995), “From Dusk Till Dawn” (1996), y, sobre todo, “Machete” (2010).
“Creo que el documental dará esperanza a los jóvenes”, opinó. “He trabajado mucho (como consejero y activista) en centros de detención juvenil, institutos y cárceles. Y creo que esto será una buena herramienta con la que trabajar para dejarles ver cómo fue mi vida y luego hacer preguntas y respuestas (…). Puedes reescribir tu vida: todo lo que necesitas hacer es empezar a ayudar a la gente”.
El Trejo generoso y volcado en su comunidad se parece muy poco al adolescente salvaje que dividía su tiempo en Pacoima (EE.UU.) entre robos y drogas: probó la marihuana a los ocho años y la heroína a los doce.
“Mi tío Gilbert era mi héroe”, dijo sobre quien le introdujo en el lado más oscuro de su vida. “Siempre tenía un fajo de billetes con una goma (…). Y todos los demás (de ese entorno) eran trabajadores: estaban todo sudorosos. Así que lo otro me atrajo. Pero no me di cuenta de que eso solo dura unos seis o siete meses. Luego vas a la cárcel y no tienes nada. Y ahí es donde terminé».
Varios años entre rejas en prisiones como San Quentin o Folsom le pusieron al límite. “Me vi involucrado en una pelea muy fea en la cárcel en la que algunas personas salieron heridas de gravedad. Y nos mandaron al agujero (aislamiento). Recuerdo que le pedía a Dios: ‘Solo déjame morir con dignidad y diré tu nombre cada día’ (…). Cuando salí, me di cuenta de que había hecho una promesa (…) y empecé a ayudar a la gente”, detalló.
Era 1969 cuando abandonó la cárcel y nadie habría profetizado que ese chicano tatuado y campeón de boxeo en prisión se iba a convertir en una estrella del cine. “Cuando estás en la cárcel y sabes que se va a montar un lío en el que muchos saldrán heridos, por dentro estás cagado de miedo, pero por fuera tienes que parecer un asesino. Eso es actuar”, resumió.
“Recuerdo a un director que me dijo: ‘Danny, quiero que tires abajo la puerta, quiero que atraques esa timba de póker y que parezca real’. Yo ya había robado en timbas así que eché abajo la puerta, le pegué a un tipo y apunté con una pistola: ‘Te mataré’. El director me dijo: ‘Dios mío, Danny. ¿Dónde estudiaste?’. Y yo dije: ‘Robando en Safeway, Vons…’”, contó entre risas.
El aspecto de tipo duro que ha visto de todo le dio sus primeros papeles como extra en los que muchas veces no tenía nombre: solo era “preso 1″ (de ahí lo de “Inmate #1″), “chicano 1″, etc.
Se apuntaba a todo lo que le saliera (tiene 384 créditos con su nombre en el registro audiovisual IMDb), pero a finales de los 80 comenzó a hacerse un hueco hasta que en 1995 llegó su momento con el asesino silencioso de “Desperado”.
Ahí comenzó su idilio con el cineasta latino Roberto Rodríguez, que le convertiría definitivamente en un icono pop en las irresistibles “Machete” (2010) y “Machete Kills” (2013). “Me encanta mi vida, me encanta lo que hago”, afirmó Trejo. “El éxito para mí es irme a la cama por la noche sintiéndome bien”.
Gran parte de eso se debe a su labor social fuera de los sets a través de charlas y programas que hace con los jóvenes para que no tropiecen donde él cayó. Y aunque su restaurante mexicano Trejo’s Tacos también le da muchas alegrías, ser un espejo en el que se puedan mirar los adolescentes (Pacoima tiene incluso un mural en su honor) le enorgullece profundamente.
“Creo que los únicos que no quieren ser un ejemplo son los que hacen algo mal. Me gusta ser un ejemplo, pero también soy humano, tienes que recordar eso. Así que haz lo mejor que puedas”, finalizó.