Por María Teresa Martínez Trujillo
El incremento de los homicidios en Guanajuato nos ha llevado a preguntarnos por qué, desde 2016, escaló la violencia en una entidad que parecía ejemplar. En tiempos en que apremia el ofrecer explicaciones en 280 caracteres, reaparecen sin demora las narrativas con las que, por casi quince años, se ha interpretado lo que ocurre tanto en Tijuana, como en Michoacán, Tamaulipas o Veracruz: los grupos fragmentados en pugna por controlar las rentas criminales; las instituciones de seguridad frágiles o coludidas, los bienintencionados que, por recuperar el control, terminan reprimiendo.
Estas narrativas tienden a equiparar las situaciones, como si no hubiese diferencias cualitativas relevantes. Aunque suponemos que no es lo mismo el cartel de Santa Rosa de Lima -y su batalla con el cártel Jalisco Nueva Generación- que cualquiera de los otros que han pintado de rojo el país, los tomamos como iguales: organizaciones bien estructuradas, estratégicas, con incentivos claros y alto poder de fuego, lo que sea que todo eso signifique. Sin embargo, podríamos encontrar valiosos matices entre los casos al examinar las configuraciones político-criminales a nivel municipal, y sus transformaciones. De eso, sin duda, saben más los actores locales. Aquellos que pueden decir mucho de las dinámicas de poder y violencia con tan sólo relatar su vida cotidiana; los que saben de los conflictos históricos que han estructurado a la entidad; los que buscan a sus familiares desaparecidos; los empresarios que pagan por protección desde antes que notáramos que también Guanajuato ardía.
Las explicaciones recurrentes, además, suelen tener un toque de filias y fobias políticas. Sería ingenuo pensar que, en este ambiente tan polarizado, el tema podría estar libre de politiquería. No sorprende que el presidente aproveche para exhibir la descomposición de los gobiernos de oposición y, de paso, cobrar facturas a quienes se resistieron a votarlo. Tampoco es extraño que el partido local, por defender a su gobernador, respalde decisiones que oscilan entre la incompetencia y la negligencia. La prolongada permanencia del Fiscal y el Secretario de Seguridad Pública en sus cargos, el polémico nombramiento del titular de la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas Desaparecidas o la serie de (in)decisiones del gobierno federal se explican desde lo político. Pero muy poco más allá de eso entenderemos con posturas analíticamente tan pobres como “el desastre de los gobiernos panistas”.
Y es que, ¿a qué nos referimos al evocar el panismo en Guanajuato? Si la entidad ha sido históricamente un modelo regional donde emergen élites políticas y económicas en varios municipios, ¿no es un desatino analizar la responsabilidad de los gobiernos panistas como si se tratara de un actor monolítico, uniforme, sin tensiones internas, dominios efímeros o alianzas (in)estables con otros partidos? ¿no estaríamos cayendo en el mismo error en que incurrimos por décadas al ahorrarnos la revisión minuciosa del priismo? Entonces, habría que recurrir a quienes han estudiado a profundidad las distintas olas del panismo guanajuatense y su relación con el centro, a quienes entienden, más allá de lo electoral, los cómos de la construcción y evolución de los escenarios políticos locales.
El caso de Guanajuato es una oportunidad para replantear las preguntas y revisar las herramientas con que respondemos. ¿Cómo incorporar a la discusión el modelo económico sin recurrir al argumento de la frustración relativa y, entonces, criminalizar la pobreza?; ¿en dónde acomodar a la clase media? Asumimos que los empresarios pesan en todo esto, pero ni sabemos con certeza el cómo, ni lo averiguamos con detalle. ¿Y la migración y sus múltiples efectos?; ¿y el ejercicio del presupuesto público?; y… un largo etcétera.
Urge comprender la violencia en Guanajuato, pero no desde la prisa y la comodidad de nuestros escritorios, porque hallaremos las mismas explicaciones limitadas. En cambio, si nos empeñamos en afinar la lente, tal vez no logremos ofrecer respuestas estridentes en la coyuntura, pero cuando digamos algo, serán más que intuiciones.
María Teresa Martínez Trujillo, Profesora-Investigadora del Tecnológico de Monterrey y miembro del Programa México y Centro América de Noria Research. @TereMartinez